lunes, 10 de septiembre de 2012

Rescate sí, rescate no.


Nuestro Marianico se encuentra el pobrecico (es que no da para más) en la encrucijada de pedir el rescate o no. Hasta ahora se encuentra en el camino intermedio, en la solución ideal, en la cuadratura del circulo, a lo que él aspira (sin mover un dedo, ni alterarse) y a lo que su oronda amiga Merkel se opone: que el BCE nos compre la deuda siempre que queramos (vamos, que nos rescate igualmente), pero pagando muy pocos intereses y sin más compromisos ni condiciones.

Pero dejemos de soñar, el BCE ha dicho que si queremos que nos compren deuda, que se solicite la ayuda (rescate) con todas las consecuencias, buenas y malas.

Si se solicita, se acabaron las especulaciones sobre primas de riesgo, tipos de interés, etc, todo se regirá por un memorando con condiciones, plazos, etc. Así, tendremos la financiación exterior asegurada a un tipo de interés fijo (y más bajo). Por supuesto, como contrapartida, la intervención "de facto" de nuestra economía por la U.E., cesión total de la soberanía económica, y ante todo y sobre todo, la exigencia de más recortes,  más ajustes,  más austeridad,  más hachazos y menos estado del bienestar (si es que a estas alturas queda algo). Y esto por muchos años.

Si no se solicita, seguirán los especuladores jugando con la prima de riesgo (al alza, por supuesto), machacándonos con los tipos de interés, y con la dificultad añadida de quedarnos sin financiación externa (nos guste o no, dependemos de ella), pero además con las mismas consecuencias para la ciudadanía que el rescate.

Mi opinión, solicitar el rescate, pero con una gran salvedad: cambio de las políticas económicas, por tanto, cambio de gobierno: Un gobierno que solicite el rescate, pero no para salvar bancos inviables y ruinosos o invertir en casinos y parques temáticos. Que utilice el dinero del rescate en fomentar y favorecer la actividad económica, en crear un tejido industrial y empresarial productivo no especulativo, en invertir en investigación, desarrollo e innovación (energías renovables, farmacéutica, salud, medicinas, tecnología, etc) en fortalecer el sector publico (no derrochar, sí optimizar y hacerlo  más eficaz y eficiente), en educación, formación profesional y universitaria públicas y de alta calidad (es el futuro).

Todo esto, acompañado además de un cambio radical en la política fiscal: dejemos de subvencionar religiones varias, dejemos de perdonar a los estafadores y delincuentes financieros y luchemos contra el fraude, hagamos que los que  más tienen paguen  más, hagamos que la especulación financiera y los beneficios asociados paguen una tasa, hagamos desaparecer los paraísos fiscales, ¡justo lo contrario de lo que están haciendo!.

Claro, nada de esto se hace de un día para otro, ni genera pingües beneficios inmediatamente. Es una carrera de fondo, es una inversión a medio/largo plazo que, a buen seguro, será el pilar fundamental de un cambio necesario y radical y que nos ofrecerá un futuro mucho mejor que el que tenemos ahora.

Utopía.

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